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La bomba de relojería que nunca explotó.

Se abrieron los centros educativos con todos los temores posibles. La expectativa era como la de un guardameta que defiende su portería ante un penalti.


Siguiendo con la metáfora del portero que bajo los tres palos sabe que delante de él, se encuentra el balón que va a ser disparado con el objetivo de superar la línea que solo él protege. Sabe que las posibilidades de que la trayectoria del balón no encaje dentro en su portería son mínimas y tampoco se le escapa que las opciones que tiene atraparlo no son mucho mayores. Quizá sea más factible despejarlo lejos, quizá golpee su cara y lo deje maltrecho y encima rebase la línea de gol. Pero aquí está el nexo de unión entre los centros educativos y nuestro imaginario cancerbero: Aún a sabiendas de sus limitadas opciones, despliegan todas y cada una de sus habilidades y su máxima concentración porque, en el fondo, van a luchar con sus ínfimas opciones como estuvieran en las mismas condiciones.


Vaya por delante que quien escribe no es epidemiólogo, ni licenciado en medicina ni siquiera entendido en ninguna especialización bio-sanitaria. Sin embargo, no puedo evitar analizar las cosas que observo y ocurren a mi alrededor. No pasan inadvertidos que lo que se pronosticaba como una bomba de relojería, que pasaba por colocar millones de escolares en el mismo lugar contradiciendo parcialmente las normas de lucha contra la propagación del Coronavirus, ha quedado en un simple petardo mojado de feria.


Se llevan a cabo muchos estudios que tratan de dar explicación al porqué tan bajas tasas de contagio ocurren en los centros educativos, sesudas investigaciones se comparten para dar con clave.

Sin desmerecer ni banalizar estas imprescindibles labores, contemplo desde mi perspectiva de padre que va al colegio a diario y los cumpleaños que pasan por nuestro establecimiento, los motivos de la baja tasa de contagio entre los niños.


No creo que se pueda apuntar a qué medida en concreto es la clave, sino que todas las medidas en su conjunto son las que garantizan el éxito. Me explico; apenas veo momentos en que todos las medidas estén "activas", es decir, es rara la ocasión, en la que estén siendo aplicadas, todas las medidas en el mismo momento en el tiempo y forma. Sin embargo, lo que es claramente una constante, es que SIEMPRE hay al menos una "activa" en su máxima intensidad y otras actuando de manera pasiva. Deduzco, que al tener un protocolo tan estricto, si en algún momento, la distancia de seguridad no se cumple, sí que hay al menos una ventana abierta o un espacio al aire libre. Si los niños están comiendo y por tanto con la mascarilla retirada, no están compartiendo comida y sí que mantienen distancia entre ellos.


En aeronáutica se suele decir que los accidentes son causado por una serie de infortunios encadenados y que de manera aislada, ninguna de las causas podrían causar incidencia alguna, pues bien, sin respaldo técnico y desde el antiguo arte de la contemplación y análisis (cosas que no son incompatibles) yo diría que la causa de la baja tasa de contagio entre los niños se debe a una constante concatenación de medidas de precaución que si bien no todas se producen a la vez, siempre existe al menos una cuidando de nuestros pequeños pequeños héroes. Claramente, ellos hacen esto posible.


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